Historias de comedoras compulsivas

La comida condiciona sus vidas. Cuándo van a poder comer, qué van a poder comer, cuándo estarán solos para tomar todo lo que quieren… Para los comedores compulsivos la comida es una droga y su problema una adicción.

Para Laura, un nombre cualquiera, porque prefieren mantener el anonimato, “no por vergüenza, sino porque el problema es más importante que la persona que lo sufre”, los problemas con la comida empezaron muy pronto. “Desde pequeña siempre pensaba cuándo iba a poder comer, qué me iba a hacer mi madre para merendar…” Era solo una niña cuando empezó a “obsesionarse” con la comida. Desde los 10 a los 20 años fue su peor momento.

Llegó a pesar 35 kilos más de lo que debería, solo pensaba en quedarse sola para comer, escondía los envoltorios de lo que comía y ocultaba incluso a la gente más cercana sus trastornos de alimentación. “Yo creía que estaba gorda y por eso comía, que no tenía solución”.

Pero a los 20 años oyó hablar de una asociación de comedores compulsivos. El nombre le hizo pensar. Se sintió identificada. Acudió y ocurrió algo “increíble” para ella. Había más gente a la que le sucedía lo mismo. Para Laura eso fue un descubrimiento, porque pensaba que si no vomitaba no tenía ningún problema. Pero el problema existía, y se llamaba comedora compulsiva .

Algo parecido le pasó a Cristina, de nuevo nombre ficticio, que no solo tenía problemas físicos por el exceso de peso consecuencia de sus hábitos de alimentación. Llegó un momento en el que el “sentimiento de culpabilidad” le hizo darse cuenta de que tenía que poner fin a su situación. “La satisfacción que me producía comer solo duraba un momento”, recuerda echando la vista atrás seis años, “pero el remordimiento duraba mucho más, y dejó de merecer la pena”.

Hoy lo voy a hacer bien”, se proponían al levantarse. “Este es el último atracón”, prometían cada vez que comían más de lo que necesitaban. Pero después volvían a caer. Y es que para ellas la comida es una droga. A día de hoy, comenta entre risas Cristina, “me sigue pareciendo increíble que alguien diga no puedo más ”.

Por eso ellas, junto a muchas más personas, decidieron tomar medidas. Y encontraron la solución en hablar de sus problemas con quien mejor las comprendía, personas que sufrían el mismo trastorno. Así llegaron todas a la Asociación de Comedores Compulsivos (651 34 62 49).  Allí leen libros que les ayudan, hablan y comentan sus problemas Laura lleva ya diez años acudiendo a las reuniones de este grupo. Y aunque ahora su peso es el adecuado, y puede controlar su dieta, piensa seguir yendo, “porque esta enfermedad no se cura, es para toda la vida”, lamenta. En este tiempo aprendió, por ejemplo, que los dulces disparan su deseo de comer compulsivamente, y aquí cogió fuerzas para eliminarlos de su dieta.

Este grupo de personas tienen un ideal muy claro. No se reúnen para hablar de lo que comen, sino de lo que les come por dentro. El verdadero motivo cuyo síntoma es el trastorno alimentario.

Reconocimiento Reconocer este trastorno es algo difícil. Fue lo que le pasó a Cristina, que “sabía que tenía un problema, pero no llegaba a entender cuál”. Ella veía que comía “diferente al resto”, por eso acudió a endocrinos, dietistas, psicólogos, pero nada la ayudó. Una historia parecida cuenta su compañera, Lorena, que solo lleva unos meses acudiendo a las reuniones, pero que ya tiene claros los beneficios.

A sus 54 años reconoce que siempre fue comedora compulsiva sin saberlo, pero en los últimos años, y debido a una difícil situación familiar, el trastorno se hizo más intenso. “Yo me metía en casa y comía”. Después oyó hablar de este grupo, se lo pensó mucho, más de dos años, y al final, después de decir en voz alta la frase “me doy asco a mi misma porque no paré de comer en todo el día”, tomó la decisión. Ahora la enfermedad “todavía está ahí”, comenta, porque ha pasado poco tiempo y todavía se encuentra muy “sensible”. Por eso mismo lo sigue intentando cada día.

Ahora cada una tiene sus trucos. Laura sigue un plan de comida que ella misma elaboró, con ayuda de un profesional. Lorena no duda en llamar a su madrina, una de las mujeres que lleva en el grupo más tiempo, cada vez que no se encuentra bien, y Cristina intenta poner más de su parte, ahora que se encuentra en un momento de “recaída”.

Lo suyo no es cuestión de falta de fuerza de voluntad, como muchos les achacan. Es una enfermedad, que con la ayuda “mutua”, están consiguiendo superar.

Enlace de la notícia:
http://www.lavozdeasturias.es/asturias/Atracones-culpabilidad_0_443955619.html

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